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15 septiembre 2012

Un verano de blues


Debe ser que el verano está hecho para el blues. No concibo un tiempo más blusístico que estos tórridos meses que me llevaron por la autopista 61 (no la que discurre de New Orleans a Minesota, que todo habrá de venir), pero sí la que tracé desde Andalucía a Euskadi para escuchar a la orilla del Nervión la magía del blues dylaniano una fresca noche del 11 de julio, bajo el resguardo de aquellos sones empezó para mí el verano. He frecuentado poco, casi nada, la tahona de casa, y ahora me asomo a ella con cierto cargo de conciencia, como lo hago ruborizado a este blog y al que escribo sobre Dylan descuidados con descaro, alevosía y denunciable premeditación. Pero fuera donde fuese el lugar donde me encontrara siempre había una red para conectarme con vuestros blogs, de los que he ido recabando algunas que otras ideas. He visitado fogones en Sigüenza, tabernas de pintxos a lo largo de la bilbaina calle del Licenciado Poza, degustado tapas de croquetas y cazuelas de callos por la Plaza Mayor de Valladolid y pinchos de autor en barecitos abiertos a callejuelas medievales de Burgos (de donde me agencié unas morcillas y unas lentejas caviar de las que ya os hablaré), me he dado baños de románico por Palencia y ermitas aledañas y viajé por las estrellas desde la ventanuca de una casa rural en el Cornón de la Peña, un pueblito levantado en las faldas de los Picos de Europa habitado por gente hospitalaria y sorprendente, en Moguer descubrí el buen hacer de la cocina casera y vinos del condado en el solariego patio de los Raposos, y la sepia y setas de la Parrala en la abierta plaza del convento de Santa Clara, me he sumergido en el mundo comprometido, humano y literario que habita la casa museo de Zenobia y Juan Ramón Jiménez, y he vuelto a casa —a esta Córdoba lorquiana lejana y sola— para desde aquí darme garbeos de fin de semana para comernos un arroz en la playa de Burriana en Nerja, bajo la cálida brisa del mediterráneo. No he hecho nada especial, pero cada minuto vivido ha sido entrañable, como el pasado 5 de septiembre cuando cumplí los cincuenta y recibí de mis chicas la más adorable muestra de cariño. En fin.., Carlota me ha recordado que el lunes empiezan las clases, que Cari se marcha a la Universidad de Málaga el 24, que mi mujer, Carmen, ya se ha incorporado a su plaza en el instituto de Palma del Río, y que unas por otras esperan rancho al mediodía y fiambreras para llevar al piso del campus de Teatinos el fin de semana. Así que regreso a la tahona, con el nuevo blues de Dylan a 33 revoluciones, la última novela de Ken Follett (sale el 20 de septiembre, pero ya está reservada), y con algunas ideas, lugares y partituras para compartir con vosotros.

1 comentarios:

Delicias Baruz dijo...

Primero felicitarte por tu cumple y por ese viaje tan estupendo, seguro que esos callos en Valladolid fueron de lo mejor y todo un lujo pasear por su Plaza Mayor. Este año no he podido ir y se echa de menos. Espero tu próxima receta. Un abrazo, Clara.

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